"Paisaje de arcilla", de ALEJANDRO AGUILAR



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entrevista con Alejandro Aguilar



sobre "La desobediencia", presentación de Ramón Alejandro, y reseña de Amir Valle a "Casa de cambio"


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EL COMIENZO

Los van concentrando en el terreno deportivo. El olor a hierba macerada, mezclado con el de la gabardina verde oliva de estreno, los mantiene de pie más allá de sus límites de resistencia. Al fin caen, de a uno o en grupo, fulminados por los efectos de las vacunas en la espalda, la debilidad por el largo trámite de llegada y el castigo del sol. Demasiada presión para los once años que promedian los treinta del pelotón, los ciento veinte de la compañía, los quinientos del batallón; los novatos del año 1969.



LA ESCUELA

La pista de un antiguo aeropuerto militar es ahora una franja de un kilómetro de gravilla calcinada que separa los gigantescos dormitorios del comedor. A otros quinientos metros en transversal están las aulas. En la periferia, el terreno deportivo y el polígono de ejercicios militares. Más allá y a la redonda, el vasto bosque de casuarinas y pinos, la línea de alta tensión con su eterno zumbido amenazador y las cercas que separan el orgullo de estar en la escuela, de ser un cualquiera de la calle, un hippie vagabundo, un mariconcito con el pantalón apreta'o y el pelo largo.



ELEMENTO 621

No puede sacarse de encima la tristeza, ni de las uñas el betún de los días de infancia. Su desahogo es pelear. Siempre hay un motivo a mano. Y cuando no lo hay, invita a algún amigo para darse unos golpes como si de verdad pelearan. Si encuentra a otro necesitado de soltar vapor se van detrás de los baños. Allí, donde nadie pueda intervenir, se sumen en el ritual hasta caer extenuados. Luego regresan a las aulas sonrientes y abrazados a pesar de los moretones, como buenos amigos que son.



OFICIALES

El director, un capitán de aspecto bonachón y cara de persona inteligente. Fachada perfecta para su cerebro rígido. El jefe de batallón, un héroe de la guerra de liberación y de muchos otros combates, que sólo llegó a teniente por faltarle todos los grados culturales posibles. Nada lo salva del mote de "carabela coja" al arrastrar desde su delgadez extrema una pierna inutilizada por una bala. El político del batallón, la caricatura perfecta del marrano, incapaz de decir su propio nombre sin equivocarse, de tratar a un subordinado con respeto ni a un superior con dignidad. Su ocupación: atiborrar la nevera de su oficina con la comida que sustrae de la porción de los alumnos y rodearla luego por una cuerda con marcas para detectar cualquier hurto. El jefe de la compañía, un infeliz que luchó en todas las guerras sin pasar de soldado raso, hasta que accede a la escuela y las formalidades obligan a darle grados de sargento. El jefe de pelotón, otro sargento, negro hasta las encías, salido de algún cañaveral para convertirse en instructor de infantería en un mes, ventaja que obtiene por saber leer y escribir.



LOS ELEMENTOS

Los elementos numerados. Los niños que se hacen hombres para defender la Patria. El orgullo de los padres. Unos años más y serán oficiales en las distintas armas, hombres de valor y muchas medallas. Ellos sufren todo el rigor de esta pirámide. Algunos se asimilan a la maquinaria que despersonaliza. Los más, soportan esperando su momento para el desquite. Otros no pueden y optan por el suicidio, o no resiste su organismo lo que el espíritu se niega a aceptar y caen doblegados por los rigores del polígono militar o los accidentes de trabajo en el campo. Éste finge la locura y come limo de las charcas o canta a viva voz en plena madrugada. Aquél golpea a un oficial para que lo expulsen y da con sus huesos en el calabozo. Aquéllos crean la mayor cantidad de problemas para que les retiren el pase y permanecer incluso meses sin ir a la ciudad, con lo que esperan que sus padres, conmovidos, los saquen de la escuela. Es una lucha callada que se extiende por tres, cuatro años. Los más curtidos guerreros apenas alcanzan los dieciséis años.



LOS PROFESORES

En su mayoría, más que profesores, se sienten aliados de los alumnos contra el régimen de disciplina militar. LAs profesorAs son además la mayor y única tentación en el encierro. No hay alumnas y todo olor femenino posible, imagen seductora o palabra dulce, proviene únicamente de esas muchachas que deben rondar los veinte o veintidós años... la edad de oro. Y los muchachos son capaces de captar hasta la última emanación de esos ángeles en pena. Este alumno sensible no resiste y le toma la mano a la que habla con sensualidad intencionada y aborda temas inflamables, tan ajenos a su asignatura como propios de la atmósfera de ansiedad y lujuria que flota en el aula. Aquel otro no tiene el arrojo necesario y se contenta con lanzar espejitos al piso para espiar bajo la saya bondadosamente corta. Otros miran por sobre los muros de las duchas con la esperanza de descubrir un seno libre, ofrecido al aire, la luz y las miradas. Uno de los mayores, más audaz, seduce a una bióloga trigueña de ojos azules y es correspondido. Cuando la historia llega a oídos de los mismos oficiales que acosan a las muchachas con su lascivia bruta, ambos son expulsados del paraíso por inmorales. Seducción aparte, todos son buenos amigos. Con ellos se consigue el alcohol de la enfermería o se encargan cigarrillos a la ciudad. Una noche encubren a varios alumnos que escapan para asistir a un concierto de música pop. Pero los oficiales sospechan y se ordena que, en lo adelante, los profesores vistan de verde oliva y no tengan régimen de salidas libres. Se rompe así el nexo con la vida que bulle más allá de las cercas y el bosque.



EL PAISAJE

Enormes explanadas de polvo rojo, gravilla y charcas de agua. Todas las inclemencias del tiempo en un puñado. Luego los pisos de cemento, pulidos a saco y kerosén y los senderos bordeados por piedras una y otra vez cubiertas con cal blanca. Las letrinas, dos huellas en montículo y un horrible agujero al centro. Pequeños tabiques de cemento que apenas cubren los flancos, mientras al frente desfilan burlones y voyeurs. Las duchas, un enorme salón con una fila de surtidores a cada lado. Y en todas partes, humedad, infección, impudicia. Limpiar la barraca dormitorio que alberga a ciento veinte personas, es tarea diaria para cuatro elementos. Tender la cama hasta el extremo que permita rodar una moneda, so pena de castigo. Desterrar el polvo de cada rincón en aquel desierto. Mantener impecable el overall de toda la semana, el mismo y único para deportes, ejercicios militares, trabajo en el dormitorio, en las aulas, en el comedor. Los techos de zinc, parrillas calcinantes en aquella llanura implacable. El cielo azul, a veces amenazante o abiertamente furioso. Siempre un pizarrón al alcance donde dibujar secretamente los mejores sueños. Y las nubes de finísimo polvo mineral emborronando, encegueciendo, atizando.

La naturaleza y sus sonidos. El aire que no cesa los zumbidos en las copas de los pinos y casuarinas, enredándose en los techos y sobre todo, en las pesadas líneas de alta tensión que pellizcan la esquina más profunda de la escuela y causan un sordo temor a toda hora. Pánico en la madrugada. De vez en cuando, se descuelga el estampido de un trueno o un avión del aeropuerto militar aledaño pasa en vuelo rasante, como burlándose de la lentitud y el tedio de aquí abajo. O la campana con su cíclico alarido para ordenar el tiempo. El mundo sonoro de la escuela. Nada más.



ACTO PATRIOTICO

En extrañas ocasiones, la rutina se ve perturbada por una información para todo el plantel o las prácticas para alguna parada inminente. Una noche invernal, la explanada se llena con los mil quinientos elementos formados y en estricto silencio. Al aire frío y bullicioso se une la narración en los altavoces del partido final del campeonato mundial de béisbol. Juega la selección nacional contra la del enemigo. Es un acto patriótico escuchar. En el último minuto, los de acá vencen por un descomunal batazo de home run. Pero no todos se unen a la celebración. Muchos dormitan desde hace rato, de pie, sin osar pedir permiso para retirarse a los dormitorios. Ningún oficial concedería tal licencia. No hay brecha para las debilidades ideológicas.



ELEMENTO 533

Sería un magnífico alumno si se comportara normalmente. Tiene inteligencia promedio, pero sus padres se empecinan en que sea el mejor entre todos. El suple sus carencias con el más celoso ejercicio de la adulación a los jefes y el desprecio a sus semejantes. Al cabo de cuatro años figura entre los primeros expedientes. Tiene además el récord de atentados pueriles y palizas recibidas entre los mil quinientos enemigos que ha cultivado.



NOCHE DE LECTURA

Van marchando hacia las aulas, que aún reverberan por el calor de todo el día. Entran en fila y se detienen, cada uno al lado de su pupitre. A una voz de mando se sientan. Las pupilas se acomodan lentamente a la luz amarillenta de las tres bujías en todo el recinto. Pronto llegan dos muchachos con un cajón de libros que distribuyen al azar. La carretera de Volokolansk, Un hombre de verdad, o el tomo II de Los miserables. Nadie protesta ni selecciona. No se deja de leer o de fingir que se lee. El libro iniciado hoy será truncado la próxima noche por otro. La historia me absolverá, Los tres mosqueteros o La batalla de Stalingrado". No importa el título. Éste, a su vez, tendrá que ser abandonado cuando el sargento, sin previo aviso, ordene ponerse en atención y abandonar las aulas. Continuará el ritual cada noche de lectura, una o dos veces por semana. Un buen soldado tiene que ser culto.



ELEMENTO 583

Sus padres lo envían a la escuela para que despierte y se fortalezca. Han visto en su ensimismamiento un rastro de debilidad y prefieren que se haga hombre en la vida militar. Tiene trece años y habla perfectamente el inglés. Sólo le interesan los libros. Falta a formaciones para leer tendido entre la yerba. Desdeña las lecciones de ciencia, la higiene y los deportes. No es gracioso y sus amigos se limitan a dos o tres lunáticos más que comparten la presencia ausente en la escuela. Los castigos no lo conmueven. No te preocupes, aunque me fusilen no lograrán hacer de mí un militar. Dice y vuelve a zambullirse en la lectura.



EL CAMPO

La yerba guinea asfixia los campos de cítrico. La lluvia los empantana. La legión de figuritas verde oliva se hunde en la amalgama de yerba y barro. Sobre el mar vegetal, los azadones parecen manchas de peces voladores. Las cuchillas caen con fuerza y desmayo y cercenan las raíces de las plantas. Una, cien, mil veces el mismo acto bajo el sol, la lluvia, el lodo, los insectos, el hambre y la omnipresente mirada de los sargentos, listos a gritar, sancionar, ofender, golpear...



CABEZAS RAPADAS.

El forcejeo de la adolescencia con la juventud que se acerca a marcha forzada transparenta en los rasgos de los muchachos. A veces los ojos y las orejas, otras la lana que luego será barba y bigote; las manos grandes, las extremidades sin proporción. En medio de tal florecimiento, la cabeza rapada; una burla que acecha a los muchachos con exasperante puntualidad.

El pelotón llega marchando hasta la antesala del galpón habilitado como barbería. Hay tres señores traídos de la ciudad, desconocidos, para evitar cualquier chantaje afectivo. Fría e implacablemente sus máquinas acaban con los cabellos, último rasgo de rebeldía para el criterio de los oficiales. El sargento mayor, el jefe de pelotón o el teniente, según los ánimos en la "cruzada contra el diversionismo ideológico", va llamando a las víctimas por sus números. Elementos 603, 604 y 605, ¡a los sillones!. La operación es uniforme e impersonal. Son tres seres numerados que a un tiempo se sientan ante los barberos, a un tiempo son rapados y a un tiempo se incorporan con la apariencia que deben tener, la del hombre uniforme. Nada personal, nada distintivo. Sólo obedecer. Las órdenes se cumplen y no se discuten. Pero esta vez, la maquinaria salta. En el largo conteo faltan cuatro números. Alguien pide permiso para informar que están hospitalizados. El sargento duda y anota. Todos saben que es mentira, pero esta vez ni los "chivatos" llegan a la delación. La indisciplina es demasiado grave. Los cuatro se ocultan en los bosques circundantes y no regresarán hasta que haya concluido el corte del cabello de toda la compañía. Ellos y los que a escondidas les llevan los alimentos y el agua, defienden tres semanas más de presencia digna.



ELEMENTO 851

Se gasta en estos cuatro años todo el humor que genera la humanidad. Su agudeza no desaparece ni en el polígono militar, ni en el campo de cañas, ni aún en las peleas rutinarias cuando recibe más golpes de los que da. Una desgarradura en su uniforme le merece un reporte y advertencia de que debe coserlo en el acto. Allí viene el elemento 851 con un calcetín adherido por fuera a su hombro, cual charretera de ilustre mariscal. Logra quitarse de encima castigos y malas calificaciones a fuerza de humor. Años después, su risa termina en un helicóptero tocado por fuego enemigo en una guerra lejana.



1...2...3...4...y...1...

El cuero de los zapatos castiga el pavimento y los pasos retumban cual descarga de fusilería, en las paredes de las casas coloniales. Los rostros rebosantes, la mirada fija al frente, saboreando el orgullo de su marcialidad tal como les han enseñado. Dicen que ni el ejército lo hace tan bien. La piel vibra a cada paso. La gente, admirada. Las muchachas, a la caza de los más bellos. Los familiares, tratando de hallar al hijo en aquella foto multiplicada y en movimiento. Ven la punta del iceberg. Ignoran las trece formaciones diarias, las marchas de un kilómetro de cadencia marcial para llegar al comedor. Los jefes rivalizan mostrando el pedigree de sus animales amaestrados. Las órdenes vociferadas, la cadencia cada vez más sostenida y UNO...DOS...TRES....CUATRO.......Y UNO......DOS.....y el sudor corre por la espalda hasta que la gruesa tela del uniforme sucio lo absorbe, con la misma rapacidad conque caen los muchachos sobre el breve rancho, mientras mascullan su odio contra el teniente y refrescan los pies y la cabeza del fuerte calor y del agobio.



LOS DOMINGOS

Llegan los familiares, los amigos y las novias. Las grandes naves dormitorios se vacían y alrededor de los pinos de la entrada se desparrama la alegría con el desenfado de un picnic. Es el momento de las dulces mentiras y el vano orgullo. Los te quiero y los pórtate bien. cada muchacho es el más inteligente y aplicado, el más valiente, el más fuerte, el más...Detrás, el tedio, los insoportables días de marchas y órdenes, de gritos y disciplina férrea, de imposiciones y abusos. La escuela es el orgullo del país por esos días.



ELEMENTO 783

Llega a la escuela en busca de aventuras. Ansía el peligro. Quiere ser piloto de guerra y debe estar en condiciones óptimas. Sólo unos cinco entre quinientos pasan los exámenes de aptitud. Para él es una obsesión que lo mantiene cada minuto libre enterrado en el polígono de deportes desafiando toda suerte de aparatos. Se va transformando en una maquinaria de músculos temida por los menores. Un día golpea a un novato. Otro, se descontrola y le pega a un profesor. Su sueño de ser piloto se evapora con la expulsión del centro. Su fortaleza encuentra cause después al alistarse voluntariamente en la policía, donde gana reputación de violento, especialmente cuando debe salir a la calle en brigadas de civil, a cortar por la fuerza las melenas de esos vagos con desviaciones ideológicas.



FUEGO

Cinco campanadas para el "de pie", dos para la formación, tres para comenzar las clases, una para el receso y muchas, como ahora, para la alarma. Cientos de muchachos salen en carrera de las aulas y los dormitorios. El bosque arde por los calores y el viento del verano. No hay bomberos cerca. Los propios muchachos se hunden entre las llamas blandiendo ramas para apaciguar el más vivaz de los fuegos posibles. Alguien grita ¡CONTRACANDELA! y sin cesar el forcejeo, tratan de hacer un corredor de hierba quemada para quitar combustión a las llamas. Es como un juego, un requiebro de la rutina. Un poco más atrás, los sargentos dan órdenes a vivo grito. El fuego retrocede y ya casi se extingue. Vuelven a las aulas contando hazañas. Esta vez, sólo seis valientes sufrieron ligeras quemaduras. Mañana dirán sus nombres en el matutino y crecerá el círculo de sus amigos...



SIN PASE

Llega el día de pase luego de doce largas jornadas de bruta rutina. Cuarenta y ocho horas para estar en casa y saborear la vida de allá afuera, donde están los que no hacen nada por esto que tanto sacrificio nos costó a nosotros, los hombres de verdad que peleamos allá arriba, pa' que ahora vengan esos mierdas a chulear... donde están las novias, la ropa limpia, la familia y los colores diferentes, las fiestas, sí, las fiestas y la vida real. Pero... ¡elemento 622, ATENCION! Tiene treinta deméritos por ausentarse a formación, cama mal tendida, replicar y no responder al saludo de un superior, ¡SUSPENDIDO EL PASE! El sábado en la mañana todos se levantan con premura, se alistan al desayuno y toman los camiones hacia la ciudad. Antes, hay burlas a los que se quedan, enfundados en los sucios uniformes de campaña y en perfecta formación para que vean a los otros partir. Así escarmientan. Luego, a trabajar en la construcción de naves - laboratorio y más marchas hasta el comedor para alcanzar el rancho de los castigados.

Transcurre penosamente todo el sábado y el domingo hasta que, ya tarde, regresan los que salieron, cargados del aire fresco de la ciudad, ropa limpia y las caricias de la novia más linda del mundo.



MARICONES

Una algarabía interrumpe la madrugada. No hay toque de alarma. ¿Qué sucede? Detrás de los baños, una turba tiene acorralados a dos muchachos. Los empujan, blasfeman. En el medio, un mulato azorado manotea ante la cara de un rubio pálido de ojos de liebre. No hay acción sino pánico ¡MARICONES! les gritan y tratan de hacerlos pelear. Es inútil. Alguien se adelanta y de un puñetazo derriba al blanco, que trata de huir a gatas sangrando por la nariz. Ahora la emprenden con el mulato que también huye. Llueven piedras, pomos, jabones. Los de otras compañías se unen a la caza. En un punto aparecen los oficiales y ordenan cesar la algarabía, pero la turba está desatada. Alguien dice ¡que los saquen de aquí si los quieren vivos! que a los maricones hay que matarlos ¡Si vuelven los matamos! afirman otras voces en lo oscuro. Dos sargentos atrapan a los fugitivos y los mantienen en custodia toda la noche. Al amanecer viene un cabo por las pertenencias de los perseguidos. El padre del rubio, un dirigente político de cierto nivel, reclama. El mulato es hijo de un músico talentoso pero ya muy viejo y sin fuerzas. No hay solución. En la escuela orgullo del país, no puede haber maricones.