ROLANDO SÁNCHEZ MEJÍAS, poesía menos

fogonero emergente publicó a rolando sánchez mejías

este texto fue publicado por letras libres octubre 2003

El sábado 16 de agosto murió el escritor brasileño Haroldo de Campos a los 73 años de edad. En España, donde prácticamente se ha ignorado su obra, también se ha ignorado su muerte. No importa que haya sido uno de los grandes poetas contemporáneos, fundador de la poesía concreta en la década de 1950. No importa que haya sido propuesto innumerables veces para el Nobel, lo que importaría a los medios.

Conocí a Haroldo en un elevador de un hotel de Berlín. Unos meses antes yo había intentado traducir uno de sus grandes poemas, Oda (explícita) a la poesía en el día de San Lukács. La sorpresa del encuentro —entró al elevador un hombre con una oscura gorra de marinero, barbudo y bien vestido y ligeramente gordo, y con una esposa, y pensé durante tres pisos: "Qué duda cabe, éste, y sólo éste, puede ser Haroldo"— únicamente me dio tiempo a expresarle lo importante que él y su hermano Augusto habían sido para la poesía de algunos poetas cubanos de mi generación. Me dijo asombrado: "¿Sí?", y le dije: "Sí".

A diferencia de Octavio Paz y de Jorge Luis Borges, Haroldo no hizo de la vanguardia un punto de arranque para arribar a una suerte de clasicismo. Había logrado, el brasileño, prácticamente lo imposible: convertir la vanguardia en un gesto permanente de medida de la vida, o más exacto: de desmesura de la medida, de ir midiendo a trancos, con los cada vez más escasos medios de la poesía, la desmesura de la existencia en relación con las palabras. A diferencia del cubano Lezama Lima, no adoptó el barroco como regla básica de la desmesura. Pasó, Haroldo, por el barroco como poeta que lleva al diablo, empeñado en no dejarse atrapar por el sistema, y creó libros tan difíciles de leer y de ser aceptados como "buena literatura" como Galaxias, un artefacto hijo de Joyce.

Algunos poetas de mi generación leímos, en la misma línea que habíamos seguido con Lezama, Stevens, Benn, Vallejo y Celan, a los hermanos De Campos intentando reformular la vanguardia que nunca tuvimos en Cuba, y ante todo como un gesto generacional que implicaba motivos morales, por no decir políticos. Moral de la escritura, política de la literatura, en un medio "cultural" donde el Estado presionaba desde todas partes y con todos sus medios, que no eran sólo los medios del lenguaje. Fragmentos como el siguiente, de Oda (explícita) ..., supongo que sirvan para "elevar la moral" en tiempo de crisis no sólo poética: "poesía/ hembra contradictoria/ te detestan/ multiforme/ más putiforme que la mujer de/ putifar/ más Ofelia/ que himen de doncella/ en la antesala de la locura de hamlet"

Y poemas tan breves como Mencio: teorema del blanco deparan, leídos en cierto momento donde la literatura de un país se estratifica en amagos "realistas", no poca satisfacción "metafísica": "lo innato se llama naturaleza/ llamarse naturaleza de lo innato/ es lo mismo que llamarse blanco del blanco// el blanco de la pluma blanca/ es igual al blanco de la nieve blanca?/ es igual al blanco del jade blanco?/ de cuántos blancos se hace el blanco?"

¿De cuántos blancos se hace el blanco? La pregunta atraviesa la naturaleza de la mente. O más exacto, la naturaleza de la naturaleza. La atraviesa y se topa consigo misma, y la respuesta, del propio Haroldo, no se hace esperar: "Arte pobre, tiempo de pobreza, poesía menos".